Por: Alfredo García Pimentel
Gritan
porque sí… porque les sale del pecho, junto con toda la pasión que los inunda
cuando ven y disfrutan su deporte preferido. Son una parte primordial del
béisbol… y tanto se les necesita en un terreno de pelota, que me atrevería a
asegurar que no habría juego sin la presencia en las gradas del principal
protagonista: el público.
Porque
no me negará que la verdadera esencia del béisbol se vive en el graderío. La
audiencia ruge, baila, exclama, aplaude, apoya y ataca lo que pasa en el
diamante beisbolero… con tanto frenesí y entrega que, no por gusto, llega a
llamárseles FANÁTICOS.
Entre
ellos, miles de personajes afloran en cada partido. Conozco algunos que sufren
de metamorfosis total una vez que pisan el estadio… hasta el punto de que,
siendo personas tranquilas en circunstancias normales, cambian por completo:
polemizan, discuten, debaten, se apasionan… todo por la magia que irradian 18
hombres, el gran verde, el polvo de ladrillo y el sonido ocasional de una bola
que, para muchos, es la vida misma.
No
faltará el árbitro de gradería, ese que nunca estará de acuerdo con las
decisiones de los ampayas… o el manager improvisado, quien tampoco aceptará de
buena gana las jugadas salidas del laboratorio de alguno de nuestros directores
de equipo. También los hay que bailan sin parar, los que visten atavíos y
ocurrentes carteles que rinden culto a su conjunto de preferencia… y por eso
los vemos naranjas, verdes, azules… con orejas de elefante, melenas de león,
rayas de tigre... y otras iniciativas que demuestran cómo sienten y viven el
béisbol.
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