Por: Alfredo García Pimentel
¿Béisbol... o boxeo? |
La historia del deporte anda llena de legendarias
rivalidades: ¿cuánta chispa han sacado el Real Madrid y el Barcelona, en el
fútbol; Pete Sampras y André Agassi o, más recientemente, Roger Federer y Rafa
Nadal, en el tenis; cuánta energía y esfuerzo han puesto sobre la cancha las
Morenas cubanas del Voley para vencer a las brasileñas?
Mucha… y de la buena, le respondería sin dudar,
porque el deporte, con esa facilidad que tiene para encender las pasiones ha
puesto a más de dos equipos y a sus seguidores a, literalmente, pedirse la
cabeza.
Y claro que el béisbol tiene su dosis en ese
devenir de grandes contendientes, porque en cada Liga, en cada región y hasta a
nivel de selecciones nacionales, hay rivales que al enfrentarse dan cuerpo a
ese inmejorable calificativo de Clásico.
Un Clásico resulta un manjar para los fanáticos y
una prueba de fuego para los atletas, porque se vive con la misma intensidad en
las gradas y en el terreno. Es ese desafío que muchos califican como “no apto
para cardíacos”, porque está “como para chuparse los dedos”.
Pero, mucho cuidado, el disfrute de un partidazo
puede transformarse en pesadilla. Se respira tanta pasión, se entrega tanto, se
consagra tanto a la victoria, que la felicidad y la concordia penden de un
hilo, siempre en riesgo de partirse.
Y eso es, precisamente, lo que no puede pasar. Más
de una vez, por desgracia, he visto graderíos enfrentados y equipos que olvidan
de súbito su papel de deportistas.
En un terreno de pelota solo puede haber peloteros:
si quiere discutir, sea abogado; si quiere golpear, sea boxeador, pero no entre
al diamante para quitarle brillo al espectáculo.
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