Alex Ferguson |
Por: Andy Luis Leal Cerdá
Mi novia se preguntaba este “Día de San Valentín”
el por qué de mi enamoramiento ciego por
el fútbol. Es que este deporte tiene la capacidad de sorprenderme cada día como
mismo te atrapa el amante más sincero y ojo, que en esto mi novia tiene un
récord superior a los goles de Messi.
Luego de la primera semana de la Liga de Campeones nos hemos
puesto a echar cuentas, sumando goles, valor doble de los de visitante y perjudiciales
para el local, sin darnos cuenta que esos propios resultados refutan la teoría
de jugar en campo rival. Ante aficionados verdaderamente hostiles goleó la Juventus y París fue una
fiesta con su Saint Germain.
El miércoles el Manchester United y el Borussia
Dortmund visitaban a Real Madrid y Shakhtar Donetsk con empates a uno y dos
goles respectivamente.
Muchos creemos que los choques de vuelta dictarán
sentencia, pero no estoy seguro a favor de quien pues estos colosos del fútbol
europeo no creen en la presión de un estadio y eso quedó demostrado. En España hubo un baile del Madrid en la primera
mitad (28 tiros a puerta) y muchos apuros en la segunda. Wellbeck adelantó a
los de Ferguson y Cristiano Ronaldo empató.
Los que creen que el fútbol son estadísticas, nunca
desprecien un escudo con un diablo. Ni a los equipos con leyenda, ni a los
fantasmas que les dan aliento. En la Champions importa tanto el presente como la
historia, y el Real Madrid lo sabe mejor que nadie. Por eso fue un acto de
soberbia infravalorar al Manchester United por algo tan circunstancial como su
defensa con lesiones o su centro del campo marrullero. Son el Manchester y esto
es la Liga de
Campeones. Quedó claro en el Bernabéu, y más aún cuando el escudo de la corona
Real se presente en Inglaterra.
En la ida lo que pareció un baño del Madrid durante
muchos minutos se transformó luego en un paseo por el filo de la navaja, medio
cuerpo colgado del área y medio cuerpo asomado al vacío. Pudieron ocurrir
tantas cosas al final que el empate se aproxima bastante a la verdad.
Llegamos a pensar que las tablas de la primera
parte eran mentira. El empate no hacía justicia al entusiasmo del Madrid ni a
su multitud de ocasiones. Desde el primer minuto y hasta el tiempo añadido, el
equipo de Mourinho encadenó hasta quince oportunidades, incluido el gol y un
tiro al palo de Coentrao; también pueden sumar un penalti a Di María.
Desde el primer instante quedó claro que la banda
de Rafael era el hueco en la defensa del United. El joven lateral brasileño todavía no conoce el oficio, ni la maldad.
Cristiano atacó por ese flanco en los primeros minutos, le siguió Özil y por
allí pasaron también Coentrao o Di María. Aquello, más que una banda, era una fiesta
de carnaval.
Lo extraño y sorpresivo es que el Manchester no se
encogía, ni aparentaba miedo. Es como si entre sus planes estuviera sufrir
mucho. Los ingleses se veían acorralados cada cinco minutos, pero llegaban a la
portería de Diego López con cierta facilidad, ágiles en el desplazamiento, impulsados
por Rooney, Van Persie o Welbeck.
Los temores se confirmaron cuando Welbeck cabeceó a
gol un córner, favorecido por el enredo de Ramos, más pendiente de la guerra
que del marcaje. No fue un cubo de agua fría lo que cayó sobre el Bernabéu,
sino el Mar del Norte. No era justo, ni razonable, pero el fútbol es así, como
el amor. Costó entender que aquello era, simplemente, el Manchester, un gran
equipo que se despertaba.
El Madrid se sacudió el golpe y regresó a su guión:
atacar y atacar, correr y correr. Ganar por juego o por ganas. O por Cristiano.
Estaba por cumplirse la media hora, cuando Di María repitió la jugada que valió
el gol y el título en la prórroga de la final de Copa contra el Barça, ustedes
recordarán. El balón voló parecido desde la banda zurda y Cristiano despegó
igual, o tal vez mejor. Suspendido en el aire, trazó el cabezazo perfecto, inmortalizado
como “Superfly”.
Según pasaban los minutos, De Gea se fue adueñando
del partido. Sus paradas, diez, cien, mil, tenían más peso que los ataques del
Madrid. Los porteros tan inspirados acaban con la moral de los delanteros. Lo
mejor, probablemente, le permitió despejar con los pies un remate de Coentrao
en el segundo palo.
El cansancio del Madrid, acercó más al Manchester.
Fue el tiempo de Van Persie, el asesino elegante. Diego López tocó lo suficiente
para desviar uno de sus disparos al larguero. Acto seguido, fue Xabi Alonso
quien sacó su remate mordido bajo palos.
Sin apenas darnos cuenta, el duelo se había
igualado y la eliminatoria estaba pareja hasta el milímetro, hasta se agradeció
que el árbitro pitara el final para que el corazón descansara.
Continuará en Old Trafford y para ese día el
equipo de Mourinho tendrá que agarrarse al escudo tanto como a la corona que
aterra a Europa y que tanto eleva al Madrid. Allí no valen de nada los goles de
visitantes, allí solo vale ganar para uno o para el otro. Se viene la primera
final de la Champions,
curiosamente cerca de Wembley. Con partidos así como no voy a estar enamorado
del fútbol, espero que mi novia me entienda.
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