Por: Andy Luis Leal Cerdá
El increíble y palpitante mundo de los deportes arroja varias historias
cada año por las que vale la pena asistir a un estadio, verlas en vivo por TV o
simplemente leerlas en las páginas de los diarios.
Esto fue lo que sucedió con Ray Lewis el pasado domingo. Para muchos se
trata de un perfecto desconocido, pero su anonimato natural en Cuba y otros
países en los cuales el fútbol americano no es pasión contrasta con el
seguimiento que le han dado los medios, especialmente los norteamericanos, a su
carrera.
La vida del apoyador defensivo de los Cuervos de Baltimore parece sacada
del guión de “Los reemplazos”, la mejor lograda cinta de fútbol americano
producida en Hollywood. Su personaje parece el de Keanu Reeves, pero en la vida
real. Un veterano que algún día fue una estrella y luego de pasar los últimos
meses de su vida apartado por las lesiones decide retirarse.
Sobre sus hombros se erigió la historia de la franquicia de Baltimore,
incluso hasta le construyeron un estadio. Fue el jugador más valioso (JMV) del
único Super Bowl que había obtenido el equipo y en una ciudad donde comparten
con los Orioles del béisbol, eso es mucho en el corazón de la afición. Su carrera de 17 años en la National Football
League (NFL) llegaba a su fin el último día de la temporada ante los Cowboys de
Dallas, uno de los rivales históricos. Nadie apostaba un céntimo por los
Cuervos pero Ray Lewis quería un último baile en los play offs.
Luego de eliminar a Dallas, poder
despedirse de los fanáticos en la casa que él mismo construyó era el final
soñado de cualquier historia. Pero esta no. Esta es la historia del año. Lewis,
católico confeso, rezó y lloró ante más de 90 000 personas en la cancha para
luego aplastar a los Colts de Indianápolis en primera ronda.
En la segunda fase apeó a los favoritos Broncos de Denver del mediático
mariscal de campo Peyton Manning. Luego en la Final de Conferencia destrozó a Tom Brady y los
multicampeones Patriotas de Nueva Inglaterra. Una vez más el veterano defensor
de piel negra vencía a los “chicos lindos” del juego.
Su Dios lo escuchó y en la final se enfrentó a los 49 de San Francisco, el
segundo equipo con más títulos en la NFL. Los focos mediáticos se fueron con la
batalla entre los dos hermanos caochs de ambos equipos. Se vendió como Harbaugh
Bowl por los apellidos de los técnicos, cuando debió ser conocido como el
Lewis Bowl. Mordió, luchó, tacleó, oró y fue escuchado. Venció por tres puntos
y logró el segundo Super Bowl para Baltimore. La historia había llegado a su
fin, el último baile fue dorado.
El entrenador de los Ravens, John Harbaugh, reconoció que la mayor
motivación de sus jugadores para coronarse el domingo siempre fue despedir con
honores al apoyador Ray Lewis.
Ray dijo que el Super
Bowl XLVII fue su último partido de fútbol americano profesional, después de 17
temporadas desde que se graduó de la Universidad de Miami.
"Fui probado
durante este viaje y hubieron subidas y bajadas; las lesiones, la gente, añadió
Lewis. "Pero estuvimos juntos todo el tiempo. Ahora quiero ver sus caras y
escuchar sus comentarios; saber qué hay en sus corazones", manifestó.
"La única cosa que acaba para mí, es el fútbol americano. La vida en
realidad comienza para Ray Lewis ahora".
La misma vida que en
ocasiones nos regala historias como esta, que hacen que valga la pena encender
mañana el televisor, comprar el próximo diario o sentarse en el ordenador y
revisar las noticias deportivas.
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