Por: Alfredo García Pimentel
Dura,
tan dura que puede hacer daño; pero tierna, tanto, que miles de hombres en el
mundo no hacen sino ir tras ella.
Blanca,
pequeña, hermosa, mágica. Por ella existe un juego, que sin su movimiento, sin
su ir y venir, sin su eterno color blanco salteado de rojos, no tendría razón
de ser. Un juego que muchos llaman como a ella misma y que le debe todo lo
demás: es ella la reina indiscutible del deporte… porque… ¿se imagina usted la Pelota, sin pelota?
El
implemento que da vida y esencia al béisbol mucho tiene de una bella mujer.
Aunque tiene la piel recia, el jugador la acaricia, como si de ello dependiera
salir o no favorecido en el juego. Los hombres la persiguen, le impiden tocar
el suelo, quieren echarla a volar: todos la miman, cual diosa, porque saben que
de su complacencia depende la victoria.
Sus
adornos, escasos y suficientes, cual los de bella mujer, son atavíos que
realzan su hermosura a la vez que la hacen maleable a los deseos que aquel que
la posea. Esa curva perfecta que viaja a través de su semblante; esa costura,
única e interminable, que une el principio al fin, resulta su mejor arma de
seducción. Una pelota, en manos de un artista beisbolero, también puede ser una
obra maestra.
Y,
como toda mujer, ella se da a respetar… y, de vez en cuando, premia con un beso
a ese que la trató con cariño. Golpea con violencia cuando la obligan a salirse
de su ruta, pica entre dos cuando no quiere tener dueño, se va hasta el muro si
el bate… y el hombre… la acarician como el Béisbol manda.
Tal
pareciera que tiene vida cuando rota en el aire y hace sus piruetas, cae en la
mascota, o choca en el madero… y emite ese toc, ese sonido que no tiene
auditorio posible fuera de un terreno de pelota.
Por
eso, amo a esa esférica mujer que me obliga a verla embelesado; por eso, le
invito a amar a esa pelota, a esa costura, que para muchos es también un mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario