Por Alfredo García Pimentel
Orlando Ortega, la última "perla" desertora |
La
actuación de los juveniles cubanos del atletismo en el recién finalizado
Panamericano de la disciplina saca sonrisas a cualquiera. Seis títulos y 2
medallas de plata bastaron para que Cuba se situara segunda del listado general
por países de una lid que, durante todo este fin de semana, acogió la ciudad
colombiana de Medellín.
Para la
mayor isla del Caribe, la nota sobresaliente provino de las muchachas, quienes
aportaron 4 de oro, en 100 y 200
metros, salto de altura, triple y lanzamiento del
martillo. Los varones regalaron el máximo pergamino en el doble hectómetro, al
tiempo que inscribían los subcampeonatos del decatlón y la vuelta al óvalo.
Con estos
resultados, nadie duda en primera instancia que el futuro del deporte rey en
Cuba está más que asegurado. Sin embargo, ¿se puede ser realmente tan optimista?
Con el permiso de los muchachones que sumaron alegrías para el pundonor deportivo nacional este fin de semana, creo que este fenómeno los trasciende.
Grandes
marcas e inolvidables victorias ha obtenido el atletismo cubano desde que
comenzó a competirse en el máximo nivel. De todas las provincias han llegado al
equipo grande muchachos de excelentes condiciones, que puesto en las manos de
nuestros mejores entrenadores, han devenido campeones.
De
ejemplos está lleno el historial deportivo cubano. Sin embargo, siempre orbita
sobre nuestros atletas, juveniles o mayores, la sombra de una posible deserción.
Así lo
hemos vivido en este 2 mil 13 casi como nunca antes. Peloteros, voleibolistas,
boxeadores, atletas… unos cuantos se han ido de Cuba. Todos dolieron un poco al
orgullo nacional, pero, sobre todo, aquellos que representaban la garantía del
futuro en el deporte cubano.
Lo malo,
lo realmente malo, es que seguirá pasando. Mientras las condiciones de
entrenamiento y vida en las escuelas deportivas no mejoren, mientras no se
compita con asiduidad en el primer nivel, mientras nuestros atletas no pueden
cobrar un porciento aceptable de sus premios en metálico alcanzados en el
exterior, este flagelo seguirá marcándonos.
Desafortunadamente,
todo pasa por el dinero: por el que no tenemos para dedicarle al deporte y por
el que no disfrutan nuestros campeones. No se trata de renunciar a los estándares
éticos en que hemos sido educados, sino en abrir de una vez los ojos y los
brazos al fomento de mejores relaciones con entidades profesionales del
deporte.
De no
ocurrir un cambio pronto, de no extenderse a otros deportes el ejemplo de los
peloteros cubanos que jugaron esta temporada en la Liga Mexicana, tendremos que
seguir reconstruyendo equipos año tras año.
El relevo
muestra credenciales siempre. Lo hicieron, muchas veces, unos cuantos que hoy ya
no están en Cuba. Por eso, permítame abogar por un deporte cubano donde el
atleta crezca también en su economía y aporte al país. Permítame, si acaso,
soñar con que cada uno sienta la obligación de regresar, de competir por Cuba…
y de que Cuba ampare, sin cegueras, ese deseo.
Permítame,
también, dejar asentada una duda: si no hay un cambio, ¿cómo apostar por el
futuro del deporte cubano?
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