Por Alfredo García Pimentel
La pasión por la pelota, gracias a papá |
En
Cuba, béisbol y paternidad andan casi siempre de la mano. ¿Cuántos padres no
sueñan con que su hijo sea pelotero? ¿Cuántos cubanos han sabido de la
existencia de un deporte convertido en pasión, gracias al amor por la pelota
que hereda de su papá?
Porque
no me negará que esa herencia de vibrar por el juego casi viene en los genes y
se traspasa, sin intermediarios, de padre a hijo. En Cuba, el niño recibe, casi
siempre por la vía paternal, las nociones del deporte, la preferencia por algún
equipo, el hábito de seguir la pelota y la costumbre de no entender jamás la
derrota.
Desde
que el niño nace, el padre quiere que sea pelotero; desea verlo con un guante,
que lance fuerte y corra veloz por las bases. No pasa mucho tiempo… y ya la
criatura tiene su primera pelota… y hasta puede que el padre, secretamente, ya
haya notado si es zurdo o derecho.
Pasan
los años… y ya padre e hijo tienen su propia esquina caliente; los dos discuten
de pelota, saben analizar las estadísticas y conocen a los peloteros: los dos
vibran cuando el equipo gana, sufren cuando toca perder, viven el deporte
mientras juegan la vida.
Y
así ocurre en la mayoría de los casos. El hombre, su ADN, el gusto por el
deporte de sus antepasados, pasa a la próxima generación y se afianza. En Cuba,
tal vez algunos padres no consigan ver a su hijo vestido de pelotero, pero casi
ninguno falla en inculcar en su vástago el amor por la pelota.
Han
pasado algunos años desde que entre a un estadio por vez primera… y aún siento en
mi mano, la mano de mi padre. Aún veo claramente su alegría al ver mi cara de
niño resplandecer ante el verde gigante y jolgorio de las gradas. Recuerdo sus
palabras, las de tantos otros padres cubanos: Hijo, este juego… será tu vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario