sábado, 31 de agosto de 2013

Crónicas beisboleras: Herencias desde las gradas


Por Alfredo García Pimentel

La pasión por la pelota, gracias a papá
En Cuba, béisbol y paternidad andan casi siempre de la mano. ¿Cuántos padres no sueñan con que su hijo sea pelotero? ¿Cuántos cubanos han sabido de la existencia de un deporte convertido en pasión, gracias al amor por la pelota que hereda de su papá?


Porque no me negará que esa herencia de vibrar por el juego casi viene en los genes y se traspasa, sin intermediarios, de padre a hijo. En Cuba, el niño recibe, casi siempre por la vía paternal, las nociones del deporte, la preferencia por algún equipo, el hábito de seguir la pelota y la costumbre de no entender jamás la derrota.


Desde que el niño nace, el padre quiere que sea pelotero; desea verlo con un guante, que lance fuerte y corra veloz por las bases. No pasa mucho tiempo… y ya la criatura tiene su primera pelota… y hasta puede que el padre, secretamente, ya haya notado si es zurdo o derecho.

Pasan los años… y ya padre e hijo tienen su propia esquina caliente; los dos discuten de pelota, saben analizar las estadísticas y conocen a los peloteros: los dos vibran cuando el equipo gana, sufren cuando toca perder, viven el deporte mientras juegan la vida.

Y así ocurre en la mayoría de los casos. El hombre, su ADN, el gusto por el deporte de sus antepasados, pasa a la próxima generación y se afianza. En Cuba, tal vez algunos padres no consigan ver a su hijo vestido de pelotero, pero casi ninguno falla en inculcar en su vástago el amor por la pelota.

Han pasado algunos años desde que entre a un estadio por vez primera… y aún siento en mi mano, la mano de mi padre. Aún veo claramente su alegría al ver mi cara de niño resplandecer ante el verde gigante y jolgorio de las gradas. Recuerdo sus palabras, las de tantos otros padres cubanos: Hijo, este juego… será tu vida.

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