domingo, 10 de febrero de 2013

Una pelota, una costura: un mundo


Por: Alfredo García Pimentel

Dura, tan dura que puede hacer daño; pero tierna, tanto, que miles de hombres en el mundo no hacen sino ir tras ella.

Blanca, pequeña, hermosa, mágica. Por ella existe un juego, que sin su movimiento, sin su ir y venir, sin su eterno color blanco salteado de rojos, no tendría razón de ser. Un juego que muchos llaman como a ella misma y que le debe todo lo demás: es ella la reina indiscutible del deporte… porque… ¿se imagina usted la Pelota, sin pelota?
El implemento que da vida y esencia al béisbol mucho tiene de una bella mujer. Aunque tiene la piel recia, el jugador la acaricia, como si de ello dependiera salir o no favorecido en el juego. Los hombres la persiguen, le impiden tocar el suelo, quieren echarla a volar: todos la miman, cual diosa, porque saben que de su complacencia depende la victoria.

Sus adornos, escasos y suficientes, cual los de bella mujer, son atavíos que realzan su hermosura a la vez que la hacen maleable a los deseos que aquel que la posea. Esa curva perfecta que viaja a través de su semblante; esa costura, única e interminable, que une el principio al fin, resulta su mejor arma de seducción. Una pelota, en manos de un artista beisbolero, también puede ser una obra maestra.

Y, como toda mujer, ella se da a respetar… y, de vez en cuando, premia con un beso a ese que la trató con cariño. Golpea con violencia cuando la obligan a salirse de su ruta, pica entre dos cuando no quiere tener dueño, se va hasta el muro si el bate… y el hombre… la acarician como el Béisbol manda.

Tal pareciera que tiene vida cuando rota en el aire y hace sus piruetas, cae en la mascota, o choca en el madero… y emite ese toc, ese sonido que no tiene auditorio posible fuera de un terreno de pelota.

Por eso, amo a esa esférica mujer que me obliga a verla embelesado; por eso, le invito a amar a esa pelota, a esa costura, que para muchos es también un mundo.

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