Por
Alfredo García Pimentel
Más de 3
horas ha durado el juego de pelota. Durante todo ese tiempo, los jugadores han
dado el máximo en busca de la victoria, pero la paridad de los conjuntos y su
igual desempeño han decretado un empate.
Sin
embargo, bien es sabido que el béisbol no admite igualadas, así que, a pesar
del cansancio visible en peloteros y aficionados, hay que seguir jugando. En
otro momento, el extrainning, esa especie de nuevo partido que suele extender las
emociones, resultó la solución. Ahora, el alargue tiene sui generis
características y altisonante nombre: el tie break del béisbol se llama Regla
Schiller.
Para
muchos conocedores de la pelota, la famosa y polémica medida de poner dos
hombres que no lo merecen en circulación, sin outs, para acelerar la decisión
del partido, mata la esencia del deporte. Otras discusiones versan sobre la
discutible imparcialidad de la regla, pues ella, según alegan las estadísticas,
favorece al equipo visitador.
Y es lógica
la polémica… y tanta razón guardan los que apoyan como los que critican a la
joven regla beisbolera. Mire, la esencia del béisbol no la mata nada ni nadie,
pues aún quedan nueve entradas de espectáculo en su versión tradicional… y la
medida, eso sí, cataliza el desempate.
Y no solo
eso: también obliga a que nuestros conjuntos sean más creativos, ejecuten mejor
sus estrategias y se conviertan en herméticos defensores de un resultado
positivo. Claro, el visitador juega por el librito, mientras el Home Club debe
hacerlo en correspondencia con el marcador, pero ¿acaso no es eso el béisbol?
¿No es la eterna competencia, la que te obliga a ser el mejor si quieres ganar?
La Regla Schiller, si así lo piensa usted, es un
mal necesario. El Voleibol tiene su tie break, el fútbol, su tanda de penales…
y ambas medidas, ya aceptadas, también sufrieron resistencia. Y créame, si vino
para hacer que la pelota regrese al panorama olímpico, si el final de los
juegos del deporte que amo tendrán ese aderezo y suspenso a granel, pues
bienvenida sea la
Regla Schiller.
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