viernes, 23 de agosto de 2013

De vaticinios y zarpazos


Por Alfredo García Pimentel

Ciego de Ávila fue campeón, de punta a punta
Para cualquier cronista deportivo resulta un acicate que se cumplan sus pronósticos. Uno se siente casi un Nostradamus, aunque, a decir verdad, la victoria avileña vaticinada en el comentario de ayer, casi se caía de la mata.

No obstante, la holgada sonrisa de los Tigres de Ciego de Ávila sobre el JX ENEOS, de Japón, en la final del World Baseball Challenge canadiense, trajo satisfacciones más allá del no haberse equivocado. El zarpazo convertido en nocao en 8 entradas y en el primer título internacional de un conjunto de provincia significa, al menos para este comentarista, mucho más.

Del juego final hay poco que decir. Apretado en sus inicios, relajado en su última parte. Para Ciego, 14 carreras, 16 indiscutibles, 2 jonrones y ningún error. Para los japoneses, 4 anotaciones, 7 batazos (todos extrabases, por cierto), igualmente par de bambinazos y una pifia al campo.

Con estos números se resolvió el asunto para Cuba, que vuelve a sonreír en su pundonor beisbolero tras las  derrotas consecutivas sufridas ante los universitarios de Estados Unidos.

Del juego final y de todo el torneo, más allá del resultado, afloran otras aristas. Desaforados al bate, los avileños promediaron más de 360 colectivamente y colaron a varios hombres en lideratos ofensivos. Raúl González, por ejemplo, produjo para 500 y se llevó el título de bateo, mientras el recuperado slugger Yoelvis Fiss se hizo del pergamino de mejor impulsador, con 11.

Sin embargo, grandes dudas dejó el pitcheo felino, que descansó en Vladimir García y Yander Guevara, quienes, a mi juicio, trabajaron demasiado. Ayer, para más señas, Guevara caminó los 8 episodios de la novela pese a tolerar par de vuelacercas, 3 dobles y 2 triples a la batería nipona. Cierto es que recetó 9 ponches y no regaló boletos, pero con ventaja de 6 carreras desde el 4to, se debió tener algo de confianza en el bullpen.

¿Qué nos deja el Challenger? Primero, la alegría de un triunfo categórico; la satisfacción de ver junta, casi por última vez, a una gloriosa generación de peloteros avileños. Segundo, esa agradable sensación de que nuestra pelota no descansa solo en los equipos nacionales… y tercero, que el béisbol cubano, poco a poco, reacciona al letargo.

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