sábado, 24 de agosto de 2013

Crónicas beisboleras: Los árbitros: la sal del béisbol


Por Alfredo García Pimentel 

Difícil tarea la del hombre que no puede apasionarse cuando entra a un terreno de béisbol. Titánica labor la de ese al que no se le permiten fanatismos… al que se demanda lo que para muchos cubanos es imposible: que te guste la pelota y no tener el derecho de preferir a ningún equipo.

Gran responsabilidad, entonces, la que recae sobre los árbitros, ingredientes infaltables en ese gran banquete que es el béisbol. Muchos piensan, incluso, que los jueces son un mal necesario para el deporte… aunque yo diría que se equiparan a la sal, pues sin ellos, nunca hay un buen sabor.

Sin embargo, buenas y malas anécdotas tiene el béisbol cuando de ampayas se trata.

Las buenas, las que más abundan, vienen precisamente de los juegos en que los árbitros han cumplido su función: dejar que se juegue pelota, tomar decisiones acertadas, que su figura se imponga a cualquier desacuerdo y que el respeto que de él irradie no deje que se empañe el diamante beisbolero. No por gusto los que saben dicen que un árbitro ha trabajado bien cuando otro es el protagonista.

Las malas, no tan abundantes, pero sí más recordadas, ocurren cuando ese que debe ser imparcial se deja llevar por la pasión, por el apuro y hasta por el miedo. ¿Cuántos equipos se han ido a los puños por una mala decisión arbitral, cuántos juegos “tranquilos” se han enredado por expulsiones apresuradas?

Sépalo, el buen árbitro también se equivoca, de vez en cuando falla en buscar la posición ideal para apreciar una jugada y, entonces, comete el pecado más común entre los hombres: errar. Pero lo que nunca hace el buen ampaya es perder las riendas de un juego de pelota. Su sola presencia basta para calmar el fuego antes de desatarse el incendio.

Por suerte, los hay buenos, valientes y certeros. No resulta nada fácil vestirse de árbitro y salir a un terreno de pelota… no quisiera estar en el pellejo de ese que tiene que decidir una jugada bien apretada, de esas que cambian el curso de un juego… y por eso, no hago más que admirar su trabajo, que, a veces malo… y casi siempre bueno, le pone al béisbol la sal que no puede faltarle al banquete: la justicia.

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